A finales del siglo XIX, el ingeniero inglés M. Anderson se manifestaba del siguiente modo: "Se nos ha dicho en nuestra juventud que el trabajo fue el castigo por la falta cometida por nuestro primer Padre. Si esto es verdad, los ingenieros son los grandes sacerdotes que han construido las máquinas para borrar la mancha del castigo divino", estamos ante un ejemplo de un discurso tecnofílico en una época en que se había llegado a la cumbre de lo que se ha conocido como Revolución Industrial.
Pero no siempre la mecanización ha despertado estas alabanzas, la introducción de una nueva tecnología no se ha realizado sin la resistencia por parte de las instituciones y de las personas. Las actitudes tecnofóbicas han estado presentes a lo largo de la historia.
El movimiento "ludista", con la quema y destrucción de las máquinas de las "factorías" del siglo XIX, son un claro ejemplo de lo que ha representado introducir cambios en el entorno, en las costumbres y los usos de la población. En contrapartida en la misma época personas como Anderson, elevaba a los altares a los ingenieros, cuyas máquinas, liberarían al hombre, haciéndolo más culto, transformando a la población en ociosos y felices viviendo en paz social.
Estudiar las actitudes tecnofóbicas y tecnofílicas a lo largo de la historia es francamente difícil, ya que es sencillo caer en planteamientos subjetivos. Alrededor de 1958, el historiador de la tecnología M. Kranzberg, fundador de la Sociaty for History of Technology, enunciaba una serie de leyes o reglas que consideraba necesarias para enfrentarse al estudio de la historia de la tecnología, estableciendo que la misma ni es buena, ni es mala, ni es neutral. Esta aparente paradoja es un intento de no juzgar de una manera preconcebida actitudes tecnológicas del pasado. Por lo tanto la tecnofília y la tecnofobia han convivido juntas a lo largo de la historia y es difícil establecer quién ha sido el bueno y el malo de esta película.
Desde los años sesenta los partidarios de la energía nuclear esgrimían argumentos a favor del bienestar de la sociedad, gran consumidora de energía, como justificación de emplear al átomo como fuente inagotable de la energía, por lo contrario, los movimientos ecologistas radicales promulgaban la vuelta a la sociedad preindustrial justificando que la tecnología era el culto a lo superfluo, la tecnología como madre de la necesidad, como diría Kranzberg, y por tanto prescindible. Las actitudes tecnofóbicas y tecnofílicas de nuevo enfrentadas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el optimismo por el progreso, se transforma en un pesimismo social general hacia los "sistemas tecnológicos". Este "pesimismo tecnológico" como sentimiento de desencanto, ansiedad, incluso amenaza, que suscita actualmente la idea de la "tecnología" (Leo Marx 1996).
Entender este pesimismo tecnológico es un factor importante para comprender la aparición de los movimientos ecologistas, que tanto influencia han tenido en la segunda mitad del siglo XX. Accidentes Nucleares (Chernobil y Three Mile Island), catástrofes tecnológicas (Aznarcollar e Islas Galápagos), el empleo de las armas químicas, etc., han contribuido a la perdida de la fe en la tecnología como fuerza motriz del progreso.
Los factores no estrictamente técnicos tienen mucha importancia en los procesos de decisiones técnicas, dice otra ley de Kranzberg. Meditando puede que caigamos en la tentación de justificar que el poder se rige por decisiones al margen de los "expertos", la aprobación del Plan Hidrológico Nacional puede esgrimirse como argumento a favor de esta ley, el poder político ha tenido la ultima palabra. Con ello podemos presuponer que la cultura tecnológica es la éticamente más perfecta, Herman Melville en su novela Moby - Dick, nos describe al capitán Ahab, el cual al frente de un barco ballenero, en un momento de lucidez se considera técnicamente competente pero moralmente incapacitado: "Ahora, en su fuero interno, Ahab tuvo una visión fugaz de esto, a saber, todos mis medios son sensatos, mi motivo y mi objetivo locos" A lo largo del siglo XX, tenemos ejemplos de ello en donde personas de alta calificación técnica, que enmascaran o desvían la atención en la elección de los fines éticos.
Pero como ha respondido el poder político a este pesimismo tecnológico de la sociedad, creando departamentos ministeriales de medio ambiente, añadiendo a sus programas palabras como "desarrollo sostenible", impactos y auditorias medioambientales, etc. Un simple lavado de cara, la solución es mucho más compleja y como dijo Kranzberg ni será buena, ni mala, ni neutral.
Los ingenieros de principios del siglo XXI, ya no somos los sacerdotes del progreso, nos hemos transformado en destructores del orden social. Estas actitudes nos tienen que hacer reflexionar sobre el papel de la tecnología en la sociedad.
Pero no siempre la mecanización ha despertado estas alabanzas, la introducción de una nueva tecnología no se ha realizado sin la resistencia por parte de las instituciones y de las personas. Las actitudes tecnofóbicas han estado presentes a lo largo de la historia.
El movimiento "ludista", con la quema y destrucción de las máquinas de las "factorías" del siglo XIX, son un claro ejemplo de lo que ha representado introducir cambios en el entorno, en las costumbres y los usos de la población. En contrapartida en la misma época personas como Anderson, elevaba a los altares a los ingenieros, cuyas máquinas, liberarían al hombre, haciéndolo más culto, transformando a la población en ociosos y felices viviendo en paz social.
Estudiar las actitudes tecnofóbicas y tecnofílicas a lo largo de la historia es francamente difícil, ya que es sencillo caer en planteamientos subjetivos. Alrededor de 1958, el historiador de la tecnología M. Kranzberg, fundador de la Sociaty for History of Technology, enunciaba una serie de leyes o reglas que consideraba necesarias para enfrentarse al estudio de la historia de la tecnología, estableciendo que la misma ni es buena, ni es mala, ni es neutral. Esta aparente paradoja es un intento de no juzgar de una manera preconcebida actitudes tecnológicas del pasado. Por lo tanto la tecnofília y la tecnofobia han convivido juntas a lo largo de la historia y es difícil establecer quién ha sido el bueno y el malo de esta película.
Desde los años sesenta los partidarios de la energía nuclear esgrimían argumentos a favor del bienestar de la sociedad, gran consumidora de energía, como justificación de emplear al átomo como fuente inagotable de la energía, por lo contrario, los movimientos ecologistas radicales promulgaban la vuelta a la sociedad preindustrial justificando que la tecnología era el culto a lo superfluo, la tecnología como madre de la necesidad, como diría Kranzberg, y por tanto prescindible. Las actitudes tecnofóbicas y tecnofílicas de nuevo enfrentadas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el optimismo por el progreso, se transforma en un pesimismo social general hacia los "sistemas tecnológicos". Este "pesimismo tecnológico" como sentimiento de desencanto, ansiedad, incluso amenaza, que suscita actualmente la idea de la "tecnología" (Leo Marx 1996).
Entender este pesimismo tecnológico es un factor importante para comprender la aparición de los movimientos ecologistas, que tanto influencia han tenido en la segunda mitad del siglo XX. Accidentes Nucleares (Chernobil y Three Mile Island), catástrofes tecnológicas (Aznarcollar e Islas Galápagos), el empleo de las armas químicas, etc., han contribuido a la perdida de la fe en la tecnología como fuerza motriz del progreso.
Los factores no estrictamente técnicos tienen mucha importancia en los procesos de decisiones técnicas, dice otra ley de Kranzberg. Meditando puede que caigamos en la tentación de justificar que el poder se rige por decisiones al margen de los "expertos", la aprobación del Plan Hidrológico Nacional puede esgrimirse como argumento a favor de esta ley, el poder político ha tenido la ultima palabra. Con ello podemos presuponer que la cultura tecnológica es la éticamente más perfecta, Herman Melville en su novela Moby - Dick, nos describe al capitán Ahab, el cual al frente de un barco ballenero, en un momento de lucidez se considera técnicamente competente pero moralmente incapacitado: "Ahora, en su fuero interno, Ahab tuvo una visión fugaz de esto, a saber, todos mis medios son sensatos, mi motivo y mi objetivo locos" A lo largo del siglo XX, tenemos ejemplos de ello en donde personas de alta calificación técnica, que enmascaran o desvían la atención en la elección de los fines éticos.
Pero como ha respondido el poder político a este pesimismo tecnológico de la sociedad, creando departamentos ministeriales de medio ambiente, añadiendo a sus programas palabras como "desarrollo sostenible", impactos y auditorias medioambientales, etc. Un simple lavado de cara, la solución es mucho más compleja y como dijo Kranzberg ni será buena, ni mala, ni neutral.
Los ingenieros de principios del siglo XXI, ya no somos los sacerdotes del progreso, nos hemos transformado en destructores del orden social. Estas actitudes nos tienen que hacer reflexionar sobre el papel de la tecnología en la sociedad.
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